Entrevista en La Vanguardia a Nicholas Tarrier, enseña terapia cognitivo-conductual en la Universidad de Manchester
Nuestros pensamientos afectan a nuestras emociones y, con ellas, a
nuestra conducta. Así que, si modificamos nuestros hábitos de pensamiento,
también corregiremos nuestros problemas emocionales y de comportamiento.
Higiene mental: no es nuevo.
Porque
funciona. La terapia conductista está consolidada tanto para una pequeña
obsesión como para una grave esquizofrenia.
Resúmala en una frase.
Las cosas
no son como son, sino como las percibimos. Por eso, si logramos cambiar el modo
en que pensamos y sentimos lo que nos pasa, también mejoraremos el modo en que
reaccionamos y actuamos. Y cuando usted mejore su comportamiento, también
mejorará el que tienen los demás con usted.
Por ejemplo.
El miedo
ha salvado a nuestra especie. Sin miedo la humanidad no existiría. Pero también
hay muchas personas que no pueden controlarlo y sufren ansiedad y angustia.
¿Puede ser más concreto?
El miedo
a un accidente salva vidas cada día, pero ese mismo miedo, cuando degenera en
un trastorno obsesivo compulsivo, hace que el conductor obsesionado revise
veinte veces los frenos o el cinturón.
¿Le ha pasado a usted algo parecido?
Tuve un
ataque de ansiedad bajo el agua cuando buceaba. Creí que no podía respirar.
Intenté frenar el pánico recordando lo que llevo media vida aconsejando:
“Corrige tu conducta con el pensamiento”. Y me dije a mí mismo: “Nicholas, el
equipo funciona, así que, si te tranquilizas, podrás respirar”.
¿Funcionó?
No, cada
vez tenía más ganas de huir: salir a la superficie y respirar, pero eso hubiera
precipitado la descompresión con fatales consecuencias. Me concentré en pensar
hasta que encontré la idea que me desbloqueó: “¡Ya estás respirando, porque si
no respiraras, estarías muerto! O sea, que relájate y respira”. Entonces
funcionó. Lógica inmediata.
El pensamiento corrigió la conducta.
Cito el
caso porque ejemplifica el gran error habitual de seguir conductas de huida que
perpetúan y agrandan los problemas, aunque la gente crea que la ponen a salvo.
¿Los conflictos de la vida cotidiana deben plantearse o
rehuirse?
No corra,
no huya, pero tampoco plante cara agresivamente. Analice su problema a fondo y
negocie una solución. Pero, sobre todo, antes de actuar, anticipe siempre las
consecuencias de cada paso que da. Y no lo dé si no sabe hacia dónde le va a llevar.
¿En qué sentido?
Antes de
actuar plantéese qué quiere conseguir y cómo conseguirlo. Ese planteamiento ya
es en sí un primer éxito, porque si uno mismo no se permite enfadarse, ya ha
empezado a encontrar una solución: ha controlado su agresividad.
Pero soltarse también es un desahogo.
Siempre
es el reflejo de una impotencia; además, piense siempre: “¿Adónde me lleva?”.
Si no hago daño a nadie, chillar alivia.
En vez de
abandonarse a la espiral de las reacciones, vuelva a los fundamentos y relajará
su tensión. Si el conflicto estalla, por ejemplo, en su oficina, piense que su
objetivo allí es tener un entorno agradable y una relación racional con sus
compañeros.
Sentido común, pero no fácil de lograr.
Pues
antes de hacer nada, recupere el control sobre usted mismo: respire. Ya ve, se
trata de volver de nuevo a lo básico en vez de huir hacia el descontrol. Cuando
controle la emoción, ya podrá volver a usar su sistema 2: el raciocinio. Ya no
será un animal.
¿Y si se me va la pinza y no controlo?
Abandone
el escenario donde ha perdido el control de sus emociones y vuelva sólo cuando
lo haya recuperado. Trate entonces de racionalizar la situación y explicarla.
Supongo que usted se enfrenta a diario a problemas peores.
A mis
pacientes esquizofrénicos que oyen voces les doy siempre el mismo consejo: “No
huyas de ellas, ni las ignores: afróntalas y razona con ellas”. De nuevo,
recuerde que cuando trata de huir de un problema, suele empeorarlo. La huida
aumenta el riesgo.
Es el primer recurso del débil.
Trato
también muchos casos de shock postraumático. Es muy habitual que un paciente
sufra flashbacks (recuerdos recurrentes) del momento de un accidente de
automóvil. Esos recuerdos degradan su vida.
Es cuestión de sobreponerse.
De
higiene mental: el pensamiento lleva a la emoción y la emoción a la conducta.
No huya del pensamiento: ¡afróntelo! Razone.
¿Cómo?
La señora
víctima del accidente también trataba de evitar recordarlo: huía. Pero la
técnica adecuada es la contraria: evocarlo con toda nitidez y cuantas más veces,
mejor.
¡Qué mal trago! ¿Para qué repetirlo?
Cuando
ella trataba de evitar el recuerdo, no podía conducir o iba ridículamente lenta
porque temía recordarlo de repente y paralizarse y tener otro accidente, pero
cuando conseguí que buscara ese recuerdo, al principio fue peor, sufrió una
angustia enorme.
Comprensible.
Pero,
poco a poco, a fuerza de enfrentarse a su miedo y evocar el choque una y otra
vez, en su mente el trauma pasó de ser presente a convertirse en ya pasado. Y
así lo superó.
Se trabajó su problema.
Es una
sencilla técnica que todos podemos ejercitar para poner nuestro cerebro a
trabajar para nuestro bienestar.
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