¿Dejas para luego contestar
esas numerosas llamadas perdidas? ¿Esperas hasta el último momento para comprar
los regalos de navidad? ¿Mañana empezarás el informe que tienes pendiente hace
días? ¿Postergas la visita al dentista? ¿Se te acumulan correos electrónicos
que contestar o llamadas de teléfono por hacer? ¿Dejas para otra semana visitar
a tu familia? ¿Se te acumulan los papeles y las tareas pendientes? ¿Aún no has
empezado ese trabajo que te encargaron hace semanas? ¿No has hecho la copia de
seguridad de tu ordenador desde hace
meses? ¿Vas a esperar para lavar el coche cuando pase el verano? ¿Te ha
caducado ese bono que compraste por internet? Puede que tengas un plazo para
presentar una documentación, para hacer una gestión administrativa, para
realizar una presentación, o para entregar un
informe. Ya lo harás. Empezarás mañana, o pasado mañana, o la semana que
viene.
La procrastinación es la
tendencia a dejar sistemáticamente las cosas para mañana. Es el modo más
complicado de hacer algo, saltar de una idea a otra, consiste en la dificultad
de controlar determinados impulsos y la dificultad de afrontar la realidad
presente, confiando en que mañana tengamos ganas; es supeditar el debo al quiero. Esto tiene que ver con lo que se
denomina en psicología el “sesgo del presente”, que implica que muchas veces
somos incapaces de entender que lo que
queremos a medio o largo plazo no es lo mismo que lo que queremos en este momento.
El sesgo del presente explica, por ejemplo, porqué compramos lechugas, tomates
y otros vegetales que luego olvidamos consumir.
El término se aplica
comúnmente al sentido de ansiedad generado ante una tarea pendiente de
concluir. El acto que se pospone puede ser percibido como abrumador,
desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, es decir,
estresante, por lo cual se autojustifica
posponerlo a un futuro sine die idealizado,
en que lo importante es supeditado a lo urgente.
La procrastinación, o la
tendencia a postergar sistemáticamente, no se soluciona únicamente con una
agenda o una aplicación de organización de tareas o anotando en el calendario
las cosas por hacer. No es sólo un problema de administración defectuosa del
tiempo. El problema es que las personas con el hábito de la postergación no
saben realmente lo que quieren, tienen temor de afrontar las cuestiones
rutinarias u obligaciones laborales o personales.
La mejor forma de evitar la
procrastinación, estima David McRaney, es convivir con las demoras. “Es
necesario comprender que hay un usted que lee este texto y que es el
mismo usted en algún lugar en el futuro que será influenciado por
diferentes deseos e ideas, un usted en otras condiciones, utilizando
otros conjuntos de funciones cerebrales para aprehender la realidad.” Se debe
ser capaz de discernir los costos de las retribuciones cada vez que se esté
obligado a elegir.
Pensar en el pensamiento,
esa es la clave. Convencerse de que en muchos casos primero es la acción y luego la motivación. No esperar a tener
ganas, simplemente hacerlo, la satisfacción vendrá después. No hacer lo que
tienes que hacer resulta al final más costoso que hacerlo. Cambia tu diálogo
interno. Cambia el “tengo que” por el “voy a”. Deja de analizar y hazlo, es mucho más sencillo, y el
coste-beneficio personal mucho más gratificante
Laura Fátima
Asensi Pérez
Psicóloga Jurídico-Forense
Especialista en Psicología Clínica